
"El Pérez"
La humildad es una cualidad humana, una virtud que te hace actuar con modestia, sencillez y mesura. Es el introito que hacemos en recuerdo de nuestro hermano don José Pérez Mínguez. Nunca desempeñó un cargo oficial en Junta de Gobierno, sin embargo, colaboró con todas con el mismo interés, el mismo respeto y entrega, hasta decir en una entrevista: “Me da igual quienes estén en la Junta, yo vengo por mis imágenes”.
Nació en San Martín de la Falamosa, una pedanía con medio centenar de habitantes, perteneciente al Ayuntamiento de Las Omañas, pueblo de la provincia de León en la ribera del Órbigo, en el año 1934. Al año siguiente, por razones laborales de su padre, la familia se trasladó a Sevilla en la década de los años 40 asentando su domicilio en la calle Luis Montoto 19.
El lunes de Pascua de Resurrección, 14 de abril del año 1952, con 17 años de edad, se hizo hermano de San Benito. La hermandad estaba regida por una Junta Gestora y por obras de restauración de su sede residía provisionalmente en la parroquia de San Roque. Como hermano nuevo participó por primera vez en un acto público el domingo 7 de diciembre de dicho año acompañando a las Sagradas Imágenes del Señor y de la Virgen de la Encarnación en su regreso a su sede canónica. El primer día del quinario del año 1953 el miembro gestor don José María Rodríguez Guillén le invitó a realizar la colecta entre los hermanos y devotos asistentes, misión que efectuó hasta su fallecimiento.
Una triada efectista lo unió a esta hermandad: la vecindad, el pasar la cofradía por delante de su vivienda y la belleza iconográfica de los dos pasos, especialmente el escenario impresionante del paso del Misterio de la Presentación de Jesús al Pueblo.
“El Pérez”, como cariñosamente se le conoció, se centró con un espíritu cuasi vocacional en los trabajos esenciales de la priostía. Lo hizo con mimo, con sensibilidad, con prestancia y obediencia a las disposiciones y ordenanzas de los priostes quienes siempre le reconocieron su bien hacer. Su trabajo consistió en importantes labores aleatorias propias de la metamorfosis de la hermandad en cofradía. Consciente de sus habilidades y estímulos impulsivos se entusiasmaba con la preparación de los enseres que relucieran el altar mayor durante los días de quinario y de triduo y, sobre todo, el adecentamiento de los enseres del montaje de los pasos para que su hermandad, como cofradía, destacara esplendorosa en la estación de penitencia el Martes Santo. Las Normas Diocesanas promulgadas por el Cardenal Bueno Monreal tras el Sínodo Hispalense de 1973 influyeron en la comprensión y promoción de la cofradía como una catequesis o evangelización privada y pública. Así lo vio y aceptó nuestro destacado hermano Pérez Mínguez, hizo su trabajo para presentar la cofradía como un acto dinámico de religiosidad o piedad popular. Pero, no sólo el trabajo manual y artístico, sino el personal comportamiento, ejemplo expresivo de una religiosidad sentida, vivida y practicada con la seriedad que le caracterizaba. Nunca buscó ni necesitó resaltar sus logros laborales, sin embargo, fueron reconocidos por todos los dirigentes.

Como nazareno, menos un año que salió en el tramo de Virgen, siempre lo hizo acompañando a su Señor de la Presentación, su gran devoción. Cuando se celebraba la procesión extraordinaria del Santo Entierro salía en la representación oficial de la hermandad de San Benito. Lo hacía con la seriedad, respeto y responsabilidad que el acontecimiento religioso merecía y la digna presencia de su propia hermandad exigía, tanto es así que, los más allegados le llamaban fraternal y cariñosamente “hermano mayor” en tal acontecer de aquellos Sábados Santos temporales.
En una entrevista publicada en el Boletín de la Hermandad del mes de diciembre de 1992 manifestó que desde niño tuvo a la Semana Santa como su fiesta predilecta.
Sus expresiones como cofrade fueron muy asertivas gracias a su experiencia, de motu proprio se puso un horario semanal que cumplió fielmente de lunes a viernes desde las seis y media de la tarde hasta las diez y media de la noche. Merced a ello, comprendió y dijo sin acritud, con respeto y valentía, en cuantas oportunidades tuvo: “la hermandad no sólo es la cofradía del Martes Santo, es todo el año. Hay hermanos que sólo asisten el día de la salida procesional”. Hizo una propuesta valiente por sincera. Invitó a la Junta de Gobierno a abrir las puertas de la Casa de Hermandad para el solaz de los hermanos, que la disfrutaran y la frecuentaran. La hermandad le reconoció los valores, las virtudes, el saber estar en todo momento sin esperar recompensa alguna, con calidad personal y espiritual, con la humanidad intrínseca de su ser. Su voz se esperada tras los postres de la comida de hermandad el domingo de la Función Principal de Instituto, porque sus palabras transmitían dentro de una reconocida sencillez, verdad, sinceridad, experiencias prácticas, y sobre todo, fraternidad.
Grandiosidad de una persona sencilla, frágil; un monumento de humanidad fue “el Pérez”, personaje que está en la historia cofrade de esta hermandad. Disfrutó como el que más en todos los acontecimientos extraordinarios cofrades que durante su vida se celebraron, tantos propios como colectivos. Por eso se destaca al hermano don José Pérez Mínguez, porque sin lucimiento aparente, sin gratitudes masificadas, con generalizado anonimato, trabajó con la verdad de su sentimiento.
