José María
Cuando una institución se desarrolla y crece, la causa fundamental es la disposición de un buen equipo de dirección, en este caso, de un trabajo comunitario, bien coordinado por el hermano mayor y la Junta de Gobierno. El cargo, cuando se ejerce con amor vocacional y responsabilidad humana, produce unos frutos que quedarán marcados en los anales históricos.
Don José María Rodríguez Guillén, hombre de corazón sencillo, de entrega generosa, fue un ejemplo que concretó lo expuesto. “Capillita” de verdad, por sentimiento, por altruismo. Cuidó de las sagradas imágenes y de los enseres de los cultos internos y públicos, previendo todo lo necesario en tiempo y forma. Un hombre de puertas para adentro, un PRIOSTE (con mayúsculas) que supo vencer las dificultades económicas y accidentales de tres décadas desde 1951 a 1976.
Tuvo especial importancia sus reacciones salvadoras frente a las adversidades de las inundaciones de 1948 y 1961 y en el derrumbe de parte de la techumbre de la iglesia. Salvó la imágenes titulares y gran parte del patrimonio de la hermandad, con riesgo de su integridad física. Evitó lo que pudo haber sido y, gracias a su intervención, no lo fue.
En febrero de 1965, se celebró en Sevilla “la Santa Misión Popular” convocada por el cardenal José María Bueno Monreal; previamente invitó a las hermandades a colaborar trasladando sus sagradas imágenes a las barriadas periféricas. Almacenes, garajes, carpas, recibieron la presencia de un trozo del evangelio pasionista de Jesucristo o la dolorosa dulzura de su Santísima Madre. La priostía y colaboradores, dirigidos por José María, prepararon las andas para los traslados del Señor de la Presentación hasta el almacén de corcho sito en calle Oriente, 48 y la Virgen de la Encarnación, a los almacenes municipales en la misma calle.
En diciembre del año 1968, por méritos propios y por unanimidad, se le concedió a don José María Rodríguez Guillén la “Medalla de Oro” y el título de “Hermano Ejemplar”. Aquella generación de hermanos, no olvidó la gran labor de aquel gran hombre y excepcional prioste que fue José María. Llevó siempre en su persona la insignia del apelativo “capillita”, incluso tras las reformas de las Reglas a las conclusiones del Sínodo Hispalense de 1.973, o cuando fue elegido hermano mayor para el periodo de 1985 a 1990.